miércoles, 20 de agosto de 2008

Prueba de amor

Desde que el hombre es hombre, y la mujer es mujer, han existido las pruebas de amor. Acciones irracionales, sin sentido, en las que el hombre, por lo general, demuestra a su amada su total entrega llegando a poner en riesgo su integridad física.

Así los caballeros se subían a sus monturas para enfrentarse a dragones o a sus adversarios en las Justas (tras regresar defraudados de las Highlands por no haber encontrado una mísera lagartija), se batían en duelos a espada o sable (el florete era inofensivo y relegado a las afeminadas tardes de salón) o regresaban a casa con las orejas agujereadas con aros tras haber surcado las olas de Hornos, Buena Esperanza y Bass (si por lo menos estos "modernos" infelices que llenan nuestras calles supieran de dónde procede el piercing...).

Tras unos largos años de sequía, la mujer ha encontrado una nueva forma de demostración de entrega. Ya no demandan largos años de exilio o derramamientos de sangre tras los muros de la ciudad. La prueba de amor del siglo XXI tiene nombre propio, y se llama IKEA.
Si tu mujer se levanta un sábado y te suelta "maridín, hoy podríamos ir a IKEA que me faltan algunas cosas para la casa" no pienses en la mañana de deporte con los amigos, el aperitivo en la piscina o las horas de sofá y olimpiadas. Tampoco en cómo demonios va a caber todo en el maletero del coche, ni en el dolor de menisco y cervicales tras horas atornillando. Piensa que ella quiere sentirse el centro de tu atención y ver cómo eres capaz de supeditar tu ocio y descanso para enfrentarte a esa nueva bestia: tienda+decoración+carga+jeroglífico+herramientas.

Agosto es especialmente propicio. Puede que la causa se encuentre en las vacaciones y el tiempo disponible para hacer los arreglos pendientes. O quizás las crisis económica, que obliga a ahorrar hasta los últimos euros de la mano de obra de las facturas. Yo voy más allá y veo detrás las intenciones de las mujeres, cansadas de ver a sus maridos ociosos y "distraídos" con el bikini de la vecina.
Las ferreterías se llenan de "chapucillas estivales" que se preguntan si el loctite irá bien para unir la balda de la estantería o se deben comprar la sierra de calar y el destornillador eléctrico. Toda regla tiene su excepción. El Lancelott de esta mesa redonda, el ronin de este ejército de samuráis es un piloto y marino que surca las aguas del Estrecho. Cuando los demás llegamos a un polígono comercial y buscamos el Decathlon o el Media Markt de turno, él localiza enseguida el Leroy Merlin y disfruta entre "sargentos" y "tirafondos". Es el oráculo al que consultar si el sapeli es más oscuro que el nogal, o si el pino es más adecuado que la teka para climas húmedos. Ya de niño consiguió convencer a su hermano pequeño para calafatear juntos su primera embarcación. Tras la consabida botadura con gaseosa, contemplaron atónitos cómo se hundía sin compasión frente a sus ojos. Pero no desistió (aunque sus barcos redujeron el tamaño y ahora se alojan en vitrinas o sobre peanas), y sus creaciones de milimétrica precisión ocupan libros, botellas y platos por toda la geografía ibérica.

Tómatelo con humor, deja que los hijos trasteen con las herramientas (aunque suponga un retraso de dos horas), bébete una cerveza bien fría al terminar contemplando tu creación (solo tu conoces los fallos disimulados como buenamente has podido) y verás como ella muestra orgullosa la librería a todas las visitas con un “la ha hecho mi maridín el solito”.
Recuerda: familia que atornilla unida, permanece unida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo contigo, como el piloto del estrecho no hay nadie en este mundo. Además de ser el mejor padre del mundo.