Mientras saciábamos su hambre, llamamos para que nos trajeran unas pizzas. Como seguimos enfrascados en la conversación, tampoco nos dimos cuenta que tardaron un buen rato en traernos la cena. Solo caí en ello cuando recibí el otro día la siguiente carta en mi buzón:

Por eso no pude dejar de alegrarme al recibir la notificación de Pizza Móvil. Dicen que cuesta entre cinco y ocho veces menos retener un cliente, que conseguir uno nuevo. Qué sencillo es reconocer un error, adelantarnos a la reclamación y corregirlo con una acción de alto valor para el cliente y bajo coste para la empresa.
Yo pasaré por el establecimiento para canjear el vale, pagaré el 50% restante (probablemente el precio de coste), pediré otra pizza para poder saciar el hambre de mi familia, cuatro bebidas y postre. Me habré dejado una pasta, la empresa habrá ganado un buen dinero, me habrá retenido, y yo me iré feliz y contento.
Centramos nuestros esfuerzos en captar nuevos clientes para crecer, dejando en un segundo plano la retención de clientes. Cuando es ahí donde se encuentran las oportunidades. Conozco infinidad de directores de ventas, pero hasta la semana pasada no conocí al primer director de fidelización.
Un cliente retenido o vinculado (hasta que la RAE no apruebe el término "fidelización", supongo que junto a "miembras", no lo utilizaremos) es un lujo ya que:
- Garantiza ingresos.
- Genera referencias: habla bien de nuestra empresa, atrayendo nuevos clientes.
- Tiene menor sensibilidad al precio, soportando mejor ligeras subidas.
- Acepta, comprende o soporta mejor nuestros pequeños e inevitables errores.
- Nos permite realizar ventas cruzadas: la posibilidad de comprarnos otros productos (algún día contaré la anécdota de aquel cliente que entró a comprar una corbata y salió con un traje a medida, camisa, zapatos, calcetines y gemelos).
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