No piensen que soy un ingenuo. Vaya por delante que creo en la remuneración tangible (el maldito o bendito "parné") como elemento de motivación de los empleados.
Pero también creo que el poder de motivación del dinero es limitado. Es decir, viene a ser una curva que tiende a la horizontalidad. Cada uno de nosotros tendrá un "umbral de felicidad" diferente y esa horizontalidad se alcanzará en los 600, 60.000 o 600.000 euros. Como me decía un empresario de éxito: "total, si no te puedes gastar más de 200.000 euros al año. A partir de ahí, o son inversiones, o es despilfarro".
Seamos creativos con la remuneración de nuestros empleados. Vamos a creernos de verdad aquello del "cliente interno" y pensemos en estrategias de fidelización. ¿Por qué cuando pensamos en retener el talento se nos viene a la cabeza aumentar el bonus? ¿Acaso para retener a nuestros clientes les bajamos el precio? ¿De verdad? Pues si piensas así, "haztelo mirar" ya que estas generando una cartera de clientes de auténticos mercenarios.
El Banco HSBC es una de esas compañías que tiene varias políticas interesantes de compensación de sus empleados. Entre otras, pensaron en recompensar los logros con productos tangibles en lugar de dólares. Los empleados elegían los regalos en función de sus resultados conseguidos: una Harley Davidson, un viaje a Tahiti, unas vacaciones con la familia... En una encuesta posterior sobre clima laboral era uno de los elementos que más valoraban. Bien es cierto que además ofrecen un suculento paquete de sotcks options y dinero contante y sonante. Pero el recuerdo, la satisfacción, la mostraban señalando a su Harley (probablemente se podrían comprar cinco o seis con la remuneración monetaria).
Hay compañías como Cottrills o Golden Momments que ofrecen un amplio abanico de posibilidades para reconocer y recompensar los logros de nuestros empleados. Insisto en que esta solución no debe sustituir a la remuneración monetaria. Siempre tendremos al empleado que afirme "a mi que me den el dinero, que yo ya sé en qué gastarmelo".
Pero, una vez cubierto el colchón mínimo, pensemos en términos de clientes. En ese bombón que nos dejan en la almohada del hotel, en el aperitivo del restaurante, o la copa a la que nos invita nuestro barman habitual.
El precio será el mismo, pero el valor percibido será mayor (más por lo mismo). Fidelizamos por las emociones, no por el bolsillo (el resto es retener, no fidelizar).
Y una sugerencia: piensen en recompensas que puedan ser compartidas con la familia. El conyuge y los hijos también han participado en la consecución de esos logros. El efecto será multiplicador.
viernes, 20 de junio de 2008
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